Sandra sorbió un poco de vino y tragó con dificultad mientras intentaba aclarar su voz y sus ideas. Nerviosa, perdía la mirada entre la mesa y la copa y no pretendía disimular. Sus pies percusionaban sobre el suelo que pisaba y los dedos de sus manos tintineaban el cristal donde reposaba la bebida.
Era una circunstancia rara porque no era la primera vez que compartían mesa y se contaban secretos, sin embargo actuaban como si se acabasen de conocer.
Las luces de aquél lugar se hacían más densas cuando la noche se terminó de apoderar de la ciudad. Los murmullos ya escalaron hasta la categoría de voces y el local se contaminó de perfumes y esencias de maquillajes. La vida rezumaba en un establecimiento que distaba mucho al de aquella misma tarde, tranquilo y ordenado.
Ana, a pesar que deseaba oír a su amiga exponer, le tomó la vez y se apresuró a limar un poco lo áspero del momento.
- "No quiero que confundas mi silencio, Sandra. No es que no sepa qué decir, sólo que me resulta complicado empezar. Y antes de que digas algo que pienses por error, yo...- De nuevo un silencio incómodo entre ambas envolvía todo.
Un camarero se acercó reverente hasta la mesa que compartían y con un ademán servicial sirvió licor en las copas. Ana, sorprendida, quiso advertir con un gesto que no habían pedido que se las volviesen a llenar, pero el atento hombre con un gesto indicador de su cabeza resolvió
- Señora... Han sido invitadas por el señor Davolio. Con permiso...- dijo, mientras se retiraba con una actitud casi marcial.
Miraron hacia la barra, donde sólo paraban los empleados para recoger los pedidos de los clientes, y observaron como un tipo, con aires de nobleza les sonreía mientras hacía una sutil y cortés reverencia agachando leve su cabeza.
Sandra se enrojeció al darse cuenta que el dueño la había reconocido y bajó la mirada, aunque le pareció un gesto muy caballeroso. Recordaba lo que pensó acerca de aquél hombre cuando la sorprendió ante su cariñosa y escueta pero nada escondida actitud hacia aquél otro que se presentó de forma inesperada para su sorpresa.
Ana, sin embargo, tan sólo asintió en correspondencia.
- Es curioso...- irrumpió Sandra.
- ¿Sabes? Antes de nuestra cita me detuve aquí mismo y...- Se calló. De forma inesperada, quien las acababa de invitar aparecía ante ellas. Su aspecto era impecable y tan atractivo que imponía respeto y llamaba a la admiración.
- De nuevo por aquí, signorina. Me agrada reencontrarla, y que me honre de nuevo junto a una acompañante entre estas paredes. Espero no haberlas importunado con mi ofrecimiento anterior-. En sus ojos se adivinaba la satisfacción que expresaba de forma verbal.
De pie junto a la mesa, Giovanni Davolio era la encarnación misma de la duda razonable para Sandra. Por su mente discurría cercenar taxativa cualquier intento de su amiga por darle alas a aquella situación que tanto le incomodaba, pero la presencia de aquél hombre, por un momento, la persuadió de su ataque-defensa sobre Ana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por comentar. Este blog está registrado en Safe Creative®