Ana sabía que ella debía dar el primer paso. Esperaba, quizás, una reacción más valiente de Sandra. Deseaba, en realidad, que su personalidad luchadora tomase la plaza y derrotara en presteza a su apocada diligencia para plantar la bandera victoriosa en aquél terreno. Pero... Ninguna estaba ducha en estas batallas donde no existen enemigos, pero hay que tener algún plan de escape.
Sandra vacilaba si tomar partida antes que su compañera dijese algo. ¿Por dónde empezar?
Aquél rincón que ya se hizo aislado cubierto por la capa malva de un cielo que se encendía de estrellas, era el lugar donde ya no eran válidas las dudas.
En un mismo instante las dos pretendieron comenzar. Se sonrieron y Ana, con un suspiro resignado, tomó la iniciativa.
- "Yo..."- una respiración entrecortada y agitada anulaba cualquier intento de proseguir. Ana tomó aire, cerró los ojos, y sin poner una coma tras sus palabras volvió a encauzar la conversación.
- "Quiero decirte que lo siento mucho. Desde aquella noche no he dejado de darle vueltas a todo esto y, con sinceridad, me siento muy turbada"-
La cara de Ana se ponía roja como un clavel. De por sí, le costaba estar allí para, además, tener que explicarse. Pero si no era así, aquella reunión carecía de lógica. ¿Ir para desviar la causa principal? ¡Qué sinsentido!
- "Quiero ser sincera. Esto no me había pasado jamás. Nunca antes había sentido, hacia una mujer, ese impulso irrefrenable que tuve contigo, pero te confieso algo... No fue casual"-.
¡Lo sabía! Sandra despejó su cara de aquella máscara de incertidumbres. Ya lo pensaba mientras caminaba hacia el destino donde ahora se encontraban: Mozart no fue un invitado casual, ¡sino causal!
Se conocían desde hacía bastante, tanto como para saber la una de la otra los gustos que harían que se diesen ciertas circunstancias, aunque en otros términos más... Comunes.
- "La música que pusiste cuando llegué a tu casa..."- interrogó Sandra -"¿No fue por azar, verdad?-
Ana negó con la cabeza. Se sentía descubierta en la intencionalidad. Era como si la hubiese desnudado en un sitio público y ella no tuviese opción de esconderse.
Agachó su mirada y sus ojos pedían a gritos un lugar donde refugiarla. Pero sólo se encontró con los de su amiga, que la miraba extraña. ¿Que pensaría en ese momento?
Esa duda la aturdió más aún. Sandra no mostraba reacción alguna. Aquella pregunta retórica la expresó desde la certeza más incrédula posible. Como confirmando una realidad que esperaba no fuese aseverada.
- "Sandra... Si quieres... No. No se..."- Cualquier atisbo de claridad se oscurecía como la misma tarde, que ya cambiaba el malva por el azul oscuro. Su planteamiento antes de encontrarse era concreto: no dejarse pinchar por la espada de las palabras de Sandra. Sin embargo, fueron la falta de éstas quienes la herían profundamente.
Ana esperaba otra cosa. Más complicidad... ¡No! ¡Más comprensión! ¡Eso era! Quería creer que Sandra compartía la dificultad que aquél momento imprimía para poder expresarse. Y, sin embargo, en ella solo veía perplejidad.
Sin dar tiempo a los relojes a dejar pasar ni tan siquiera un cuarto de su minutero, la escena que ahora se contemplaba en aquél banco frío, donde dos mujeres permanecían sentadas en un monólogo de sensaciones, distaba mucho del encuentro habido entre estas mismas un poco antes.
El calor dejó paso a una helada imprevista. Sus manos, desenlazadas, se cruzaban entre sí moviendo nerviosos los dedos. Sus miradas ya no eran fogones sino, apenas, breves lumbres que no lograban avivar de nuevo la llama que hacía poco caldeaba aquél lugar donde se detuvo el tiempo para ellas dos.
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ResponderEliminarTE INVITO A LEER MI LIBRO...Y TE ACEPTO TODAS LAS CRITICAS
¡Jajajaja! Eso es muy arriesgado. Me aceptas todas mis críticas...
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