Quiero mi paga semanal en aquellos duros antiguos que tanto en mi Cai dieron que hablar. Quiero bajar a la calle tras la merienda de chocolate con pan. Quiero salir del colegio y llegar a mi casa junto a los compañeros que eran mi hermandad.
Quiero regresar a casa de mi abuelo, eterno rey en su trono apostado, y ser por él besado. Retomar los olores a historias de antaño, a saborear la leche calentada a fuego lento en aquél cazo abollado, el aroma del café recién molido y puesto a hervir en la vieja cafetera de aluminio ajado, saborear.
Quiero sentir el beso de mi tata. La caricia del viejo militar, que mostraba en sus gestos el mayor amor que un ser humano puede dar. Coger su reloj de bolsillo y darle cuerda sin cesar.
Quiero que llegue el fin de semana y más temprano levantar sin más motivo que ponerme a jugar. Oir las quejas de mi padre ante tanto madrugar.
Quiero volver a sentarme ante el televisor a la hora de comer, de merendar o de cenar y ver aquellos programas que enseñaban de verdad: que los niños eran niños y ya está.
Quiero soñar con la noche de Reyes y a las calles salir a buscar, entre caramelos y muchedumbre, al Rey que me visitará. Levantarme en mitad de la madrugá, con los ojos de par en par, buscando los regalos que tanto llegué a desear.
Quiero que lleguen las vacaciones del tiempo estival y salir corriendo a la playa, queriendo la arena rubia pisar. Sentir bajo mis pies la auténtica libertad. Saltar al agua del mar, luchando contra el olear, y hundirme en la inmensidad.
Quiero volver a ser niño y no volverme a preocupar de más problemás que no sean los de mi mocedad.
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