-¡Shhhhh! ¡No hagas ruido!
¿Qué pasa?
-¿No lo has oído?
No... ¿El qué?
-Están ahí.
¿Ya? ¿Si aún es temprano?
-¡Buf! Parece que no los conoces.
¿Qué hacemos? ¿Nos esperamos? Porque si nos ven...
-Pues nada, tendremos que ir con cuidado.
Melchor, que andaba algo lento, apuró el último sorbo de la leche que les habían preparado a los tres Reyes Magos, y suspiró aliviado al partir de aquella casa habiendo cumplido, un año más, el encargo de hacer un poco más feliz a sus moradores en aquel último día de la larga Navidad.
La noche acababa de empezar.
Pobre Melchor.
ResponderEliminarCorto pero encantador relato.
¡Jajajaja! Es su sino, querido amigo.
ResponderEliminarGracias por comentar. Un fuerte abrazo.
soy magia, simple, soy audaz siempre,se como soy te diría! pues que pena ya no creo en los reyes!besico
ResponderEliminarlidia-la escriba
www.nuncajamashablamos.blogspot.com estás invitado